9.1.- MARAGATERÍA Y CEPEDA
Publicación autorizada por su autor, Dr. Miguel Ángel LUENGO UGIDOS
Departamento de Geografía - Facultad de Geografía e Historia - UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
Aunque en los 1.328,5 Km (el 8,5% del total provincial) que ocupa este territorio se contemplan espacios tan dispares como las sierras de La Somoza o La Cepeda y las feraces vegas del alfoz de Astorga (San Justo), se puede generalizar diciendo que, una vez atravesada esta histórica ciudad en dirección a Galicia, Sanabria o Asturias, cualquier viajero se percata de la aparente monotonía del paisaje, pasando éste, en la mayoría de las ocasiones, inadvertido.
Y si este viajero es medianamente conocedor de los avatares de estas tierras,rápidamente suele preguntarse algo incrédulo: ¿Y es ésta la zona que conoció el esplendor de la minería aurífera del Imperio Romano, que sufrió los envites de las tropas visigodas y musulmanas, que fue despoblada y nuevamente repoblada por los reyes astur-leoneses, que era cruzada por la importante Vía de la Plata que usaron también los rebaños trashumantes, que invariablemente fue testigo de las peregrinaciones a Santiago, que se hizo famosa en todo el país por el buen trajín de sus arrieros, etc.? ¿Acaso, bajo la blanca mirada del mítico Teleno, son estas tierras de clima rudo, suelos escasamente fértiles y extensos montes alfombrados de urces, las que soportaron tanta historia y sobreviven ahora en una duradera atonía ante un futuro poco sugerente?
No obstante, el interés que estas comarcas poseen se presenta atractivo desde cualquier perspectiva y, por supuesto, desde la Geografía las hacen merecedoras de continuos estudios. Solamente a partir de un profundo conocimiento del territorio con sus limitaciones y del hombre que lo habita se pueden plantear proyectos de desarrollo integral y de ámbito comarcal. La paradójica marginalidad de Maragatería y Cepeda en el centro de la provincia no se reducirá con actuaciones puntuales.
1.- Los Montes de León: “montaña media” y “área de transición”
1.1.- Un medio físico de suaves sierras y valles estrechos de fondo plano
El espinazo que suponen los Montes de León, desde la sierra de Pozo Fierro (1.531 m.) en La Cepeda hasta el Teleno (2.188 m.) al Sur, y que marca la divisoria de aguas entre la cuenca del Sil-Miño (El Bierzo) y la del Esla-Duero (La Meseta Leonesa), está compuesto por un sustrato de rocas muy antiguas, principalmente pizarras y cuarcitas. Estas rocas duras experimentaron, en el transcurso de los tiempos geológicos, una serie de plegamientos, roturas y enrasamientos erosivos que motivaron el relieve actual de formas viejas y alomadas.
Las grandes fallas del plegamiento hercínico rompieron las estructuras plegadas en su misma dirección, es decir, de W a E y, posteriormente fueron reactivadas durante las últimas fases de la tectónica alpina (hace aprox. 3 ó 4 millones de años), son las que determinan la dirección de los cauces principales; así los ríos Jamuz, Duerna, Turienzo, Jerga y Argañoso, presentan esa dirección hasta su confluencia con el Río Tuerto, verdadero colector de toda esta región. Este hecho geográfico interesa en función de la orientación ya que la localización de pueblos y terrazgos depende, en muchos casos, de si están a la solana o a la umbría de un valle.
Por otra parte, los largos períodos de actividad erosiva son los causantes de que las líneas de cumbres se enrasaran y presenten en la actualidad un aspecto alomado con vertientes convexas y culminaciones planas; en este sentido, el Teleno responde a este esquema: si se asciende a él desde Molinaferrera, Filiel o Boisán, la cima sólo es visible cuando prácticamente se culmina y, una vez allí, la línea de cumbres se abre al horizonte como una superficie de bloques rocosos suavemente ondulada.
Todos los materiales arrancados de las sierras son los que conforman en las zonas bajas los depósitos de “raña”, denominados en la región con el expresivo término de “chano” o “chana”. En contraposición a las “peñas” de las sierras, estos interfluvios planos se componen de cantos, gravas y arenas procedentes de las cuarcitas, y de arcillas que son producto de la descomposición de las pizarras. Allí donde la deforestación eliminó la cubierta vegetal, el tránsito de los fondos de valle a las superficies de “chano” se realiza a través de cárcavas y “barreras” como puede observarse en La Veguellina, Sueros, Ferreras, en el “Puente de Priaranza” o, desde el ferrocarril a León, en los barrancos de Nistal y Barrientos, llamadas por aquí “torcas”.
En resumen, lo que hacia el oeste son sucesivos escalones que determinan el fuerte encajamiento de la red hidrográfica y la individualización de la fosa berciana, hacia el este es un suave desnivel que, desde los cordales serranos pasando por los chanos, muere en la vega del Órbigo cerca de La Bañeza. Esta diferencia en la pendiente a ambas vertientes de los Montes de León es la que originó, en los albores del Cuaternario, las grandes capturas de los ríos, o sea, que los cursos de la vertiente berciana, al tener que salvar mayor desnivel, erosionaron aguas arriba llegando a captar las cabeceras de los que discurrían hacia la cuenca del Duero: el Río Turienzo, por ejemplo, no tiene la cabecera que le corresponde porque fue capturado por el Arroyo de Prada el cual, unido al Compludo, forma el Río Meruelo.
Esquema teórico de la evolución de la divisoria Sil-Miño / Órbigo-Duero,
en la cabecera del Río Turienzo (Montes de León)
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Cabecera del Río Turienzo hace 2 millones de años aproximadamente, antes del último basculamiento de la fase Rodánica |
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Cabeceras de los ríos Turienzo y Prada en la actualidad |
En relación con los materiales geológicos de la zona, es obligada la mención referida al oro, sobre todo por lo que este preciado metal influyó en la intervención antrópica sobre el medio desarrollada por los romanos en los primeros años de la era cristiana. De las vetas de cuarzo aurífero que por exudación afloraron entre las cuarcitas y pizarras durante los plegamientos y movimientos tectónicos, el oro se concentró por transporte y disolución química en todos los depósitos que aquí se encuentran. Esta es la razón por la cual los aureanos del Imperio, aprovechando la gratuidad de la mano de obra esclava, explotaron los aluviones y terrazas de los ríos así como los sedimentos rojos de la “raña” y los estratos del Mioceno; precisamente el color rojizo de estos materiales se debe igualmente a los óxidos de otro mineral contenido en las pizarras, el hierro.
Con los numerosos estudios sobre la minería romana que están publicados, con las informaciones de otros investigadores (D. Francisco Alonso Otero) y, sobre todo, a partir de nuestras excursiones por el campo, creo no exagerar si afirmo que, principalmente el Alto Valle del Duerna y el Turienzo están plagados de vestigios de explotaciones mineras romanas. Las más espectaculares y conocidas son “Las Moraceras” de Priaranza, las “coronas” de Quintanilla, Boisán y Luyego, “La Miédola” de Santa Coloma y Pedredo, y “La Fucarona” de Rabanal del Camino y Las Médulas de Las Omañas y Villaviciosa. Igualmente hay explotaciones o al menos restos de canales para el lavado de oro (los “carriles” de La Cabrera) en La Maluenga, Andiñuela, Villalibre, Prada de la Sierra, La Veguellina de Cepeda, El Ganso, etc. Pero, además de lavar sedimentos, los romanos se atrevieron con el duro cuarzo para extraer el oro nativo. Hasta la misma cumbre del Teleno llegaron los aureanos reventando, por presión de agua y calentamiento con fuego, los diques de cuarzo aurífero. Es más, en los magníficos ejemplos de glaciarismo que quedan en la vertiente norte de esta sierra, los romanos removieron y lavaron buena parte de las morrenas acumuladas por los hielos cuaternarios, convirtiéndolas en alineaciones de “murias”, este es el caso del Arroyo de Peña Bellosa y del Arroyo de Peña Cetrera.
Muchos topónimos como “murias”, “fucarona”, “cabuercona”, “corona”; “miédola”, reflejan las formas de terrenos que subsisten de aquel laboreo minero; asimismo, los hay que pudieran hacer referencia a trabajos complementarios de estas explotaciones como son, por ejemplo, los relativos a las “ferrerías”: Molinaferrera, Ferreras de Cepeda, etc.
Del mismo modo, persisten, sobre todo en Maragatería, apellidos que evocan cierta relación con las actividades auríferas; uno de los más sonoros y extendidos es el de Geijo. Al margen de otros significados que pueda tener, un “geijo” es un trozo de cuarzo, dicho más claramente, un “canto” de color blanco; los “geijos” abundan, destacando sobre el suelo parduzco, cerca de las “lucernas” o pozos excavados en la roca madre, evidenciando por sus aristas que no son producto de la fragmentación natural de los agentes erosivos.
1.2.- Un clima de matices atlánticos y mediterraneos que condiciona la vegetación y los suelos
La altitud media de estas comarcas oscila entre los 1.000 y 1.100 metros y es el factor topográfico que en mayor medida influye en las condiciones climáticas. No podemos olvidar que tradicionalmente los Montes de León eran considerados como la “Raya de Castilla” y, a partir de ellos, todos los elementos geográficos como el relieve, la vegetación y el clima comienzan a cambiar de signo y, por consiguiente, a modificar el paisaje. Esta cuestión es la que fundamenta la calificación de este espacio como “área de transición”.
Los 10,5° C de temperatura media anual que se registran en los observatorios meteorológicos de Astorga y Villameca están a caballo entre los 11,5° C de La Bañeza o los 13° C de Ponferrada, y los 8 ó 9° C de las Omañas y la Montaña de Luna.
Las diferencias con las zonas colindantes, e incluso dentro de Maragatería y Cepeda, son más reveladoras estudiando los datos de precipitación: de los 470 mm. registrados anualmente en Astorga se pasa a los 844 mm. de Villameca y a los aproximadamente 1.000 mm. que se miden en Manzanal del Puerto, Brañuelas y Molinaferrera.
Un bello ejemplo de la crudeza invernal de estas sierras está recogido en el Diccionario de Madoz (1845-1950) en el epígrafe dedicado al Puerto de Manzanal: “lo que se dice puerto será de largo poco más de una legua; no carga tanto la nieve como en el de Foncebadón, y raras veces se pone intransitable cuando la estación no es muy cruda”.
Los cepedanos y maragatos más ancianos recordarán cuando, para alimentar en invierno los numerosos rebaños de ovejas, se hacía imprescindible atropar “ramón” de roble en otoño y almacenarlo en “fuyacos” (Cepeda) o “feijes” (Maragatería) arriba de la “tinada”, el pajar o la “talamera”.
Son, por lo tanto, las lluvias y nieves que durante el invierno llegan con las borrascas atlánticas las que permiten que este roble del país, también llamado “melojo” y “rebollo”, sea la especie mejor aclimatada a las condiciones de transición. De manera general, oscilando arriba y abajo de los 1.000 metros de altitud, se puede reconocer el límite entre el robledal y el encinar. Entre Santa Catalina y el Ganso se observa perfectamente el paso de una formación arbórea a otra a través de una estrecha franja de bosque mixto.
El matiz mediterráneo del clima se reconoce en el período estival. Los meses centrales del verano registran un déficit acusado de precipitaciones así como unas temperaturas medias que superan los 20° C, llegando las máximas, registradas en las horas centrales del día cuando la insolación es más alta, a los 35° C como ocurre en Villameca.
La consecuencia inmediata de esta situación es la aridez climática y la sequía edáfica, agravándose esta última por lo impermeable de los suelos arcillosos que no acumulan en profundidad la humedad de las lluvias invernales. El efecto medio-ambiental de esta consecuencia se desborda si los incendios forestales se prodigan. No obstante, tanto el roble como la encina están perfectamente aclimatados a estas circunstancias, incluso al fuego el cual jugó un papel importante en la economía agropecuaria tradicional, fundamentalmente a la hora de abonar campos, abrir “bouzas” o “arrozadas” en el monte y crear pastos. Por el contrario, el pino no posee un sistema de raíces tan potente como el del roble para poder rebrotar después de un incendio.
En relación con la agricultura, las variaciones climáticas que experimenten mayo y junio son decisivas en la cosecha anual, tanto por las temperaturas como por las precipitaciones. Precisamente por el hecho de tratarse de un área de “montaña media” no es infrecuente el efecto devastador de las heladas tardías. Cuando el cereal ha brotado y el suelo se halla empapado por las últimas lluvias, la secuela de una helada se traduce en un levantamiento de las raíces motivado por la congelación de la capa superior del suelo; esto, a la larga, deriva en que el cereal se seca sin crecer. No digamos ya, las consecuencias que una helada tardía puede ocasionar en los frutales, sobre todo en el más común, el manzano.
En otro sentido, si esos dos meses de primavera vienen demasiado secos, el centeno se “apalambra” por falta de humedad y no espiga.
1.3.- La deforestación y la competencia entre el pinar y el brezal
Aunque ya indicamos que la vegetación potencial de estas comarcas es el roble y, por debajo de los 1.000 metros aproximadamente, el encinar, la realidad contemporánea aparece muy distinta. Pensemos que los yacimientos arqueológicos de los tiempos de la minería romana y anteriores nos indican la presencia abundante en estas tierras de ciervos, rebecos, cabras monteses, osos, jabalíes..., es decir, una caza mayor que suponemos vivía en densos bosques de roble y encina, y en los abedulares de las altas cumbres.
La deforestación ha sido práctica constante y habitual hasta mediados del siglo XIX. Es lógico pensar que la tala de árboles en la época romana estuviera ligada a la minería aurífera y, posteriormente, su persistencia se debió sin duda a dos hechos concretos: primero la necesidad de roturar para sembrar centeno y abrir pastos y, en segundo lugar, el complemento económico que suponía la venta de leñas. En las líneas que el Diccionario de Madoz (1845-50) dedica a los pueblos de Escuredo, S. Feliz de las Lavanderas, Villarmeriel, Morriondo y Ferreras se alude al carboneo y al “...corte de maderas de roble que llevan al mercado de Astorga”.
Los matorrales son producto de esas continuadas talas y rozas que sucesivamente iban debilitando la profundidad de los suelos; así pues, los piornales y brezales compuestos por urces “negra” y “albar”, “carqueixa”, “codejo” y varios tipos de escobas, son las formaciones sustitutivas del robledal, mientras que los matorrales de jaras, tomillos y demás especies aromáticas forman el escalón inferior al encinar.
Reducidos pues, tanto el robledal como el encinar, a espacios comunales muy bien salvaguardados por el Derecho Consuetudinario, los brezales pasaron a ocupar el lugar que el roble tenía en la economía tradicional: el carbón vegetal se elaboraba con los “tuérganos” o “cepos” (raíz seca de la urz) y el ramaje del brezo, las “urces” propiamente dichas, se empleaban para leña de consumo y venta, así como para hacer escobas. Hasta hace pocos lustros era común en Astorga la imagen de las urceras de Manzanal, Ucedo y otros pueblos, vendiendo, casa por casa y en las tahonas, feijes de urces.
La generalización del carbón mineral para las “cocinas económicas” y, sobre todo, la llegada del gas butano, hicieron desaparecer esta actividad al tiempo que los montes comenzaron a ponerse intransitables por su densidad.
A mediados de los años 40, la iniciativa estatal por medio del ICONA comenzó a rentabilizar las extensas landas de brezos que, según este organismo, eran improductivos, sustituyéndolos por bancales sembrados de pinos. De esta intervención antrópica tan rápida e importante surgieron los pinares de Manzanal y Brañuelas, los del “Monte de la Marquesa” y Foncebadón, los del “Cueto S. Bartolo” y la Sierra de Quintana, los de Villarmeriel y Morriondo, los de Ferreras y Villaviciosa... y con ellos los incendios y las plagas (procesionaria), desapareciendo igualmente, de manera radical (por ley), los rebaños de caprino.
Los pinares de Tabuyo del Monte y todo el conjunto pinariego de la Sierra del Teleno no tienen nada que ver en su origen, gestión, aprovechamiento y conservación con los anteriores. Estos, por su importancia paisajística y económica (producción de resinas para aguarrás) merecen la consideración de modelo de explotación forestal.
Tres son las cuestiones que se pueden extraer, según nuestro criterio, de las repoblaciones de pinos: 1ª ) La mayor parte de las manchas existentes no reciben los cuidados silvícolas necesarios; 2ª) Hay “claros” en ciertos montes en los que el roble crece entre los pinos; su recuperación hay que potenciarla, y 3ª) Muchas de las repoblaciones que aún se realizan en las sierras más altas nunca medrarán como es debido por dos razones: el brezo crece más rápidamente y ahoga las pequeñas plántulas y el viento alcanza en estos pisos montanos velocidades que impiden el crecimiento de masas arbóreas; sin duda, este es el dominio climático del matorral espinoso.
2.- Población y poblamiento: reflejos de un pasado histórico muy vital
2.1.- Pérdida de población y envejecimiento: efecto patente de los procesos migratorios
Como ocurre en todas las áreas de montaña que no han experimentado una profunda transformación turística, estas tierras de la Somoza y Cepeda sufrieron un fuerte descenso de su volumen poblacional. Concretamente, de 27.708 habitantes censados en 1950 se ha descendido a 13.149 en 1986, sin computar la población urbana de Astorga en ninguna de las dos fechas. En líneas generales puede afirmarse que se ha perdido en estos 36 años más de la mitad de la población. El ejemplo más abrumador de esta reducción de efectivos demográficos lo ostenta el municipio de Brazuelo que en 1986 sólo tenía la cuarta parte de la población de 1960 (1.417 habitantes), adquiriendo así la calificación de ser el primer municipio en descenso poblacional entre dichas fechas de los 211 que conforman la provincia.
Bien es cierto que si las corrientes migratorias fueron paulatinamente despoblando todas las montañas del país, en Maragatería provocaron mayores sangrías por ser ésta una zona donde sus moradores han mostrado tradicionalmente cierta movilidad a causa de las duras condiciones de vida que el medio les imponía. Este es el planteamiento básico del que nacen y en el que se enmarcan las antiguas prácticas de la arriería, la participación de maragatos en todas las corrientes migratorias tanto hacia el extranjero como a las áreas industriales del país, etc.
Son pocas las familias maragatas que no tengan parientes en Hispanoamérica (Cuba, México, Argentina o Venezuela) descendientes de aquella oleada de finales del pasado siglo y principios del actual para hacer “las américas” y regresar como ricos indianos; o en Madrid donde se han dedicado en buen número a negocios de alimentación (carnicerías y pescaderías). Tal vez tenga fundamento lo de que el comercio de pescado en Madrid está dominado por maragatos.
Hace pocos meses nos comentaba el señor Moisés de Andiñuela que sus hijos mayores, afincados definitivamente en Madrid y con varias pescaderías de su propiedad, lamentaban durante sus vacaciones en el pueblo el penoso estado de las fincas que tantos trabajos les llevaron. En este sentido es ahora cuando comienza a notarse un paulatino desarraigo de la población. Los hijos de los que tienen media vida en Viforcos, Rabanal, Abano o Vanidodes, y la otra media en Madrid, Bilbao, Munich (Alemania) o Puebla (México), ya están insensibilizados para comprender la vida tradicional de estos pueblos y, lo más triste, las dificultades sufridas por sus ancestros cuando se vieron obligados a emigrar.
El resultado actual de los sucesivos procesos migratorios se concreta en que el conjunto de la población es viejo y no porque los ancianos sean numerosos sino porque son los únicos. Las generaciones de jóvenes son reducidas y los pocos que no emigran se integran en el modelo-tipo de familia actual, es decir, familia de uno o dos hijos, siendo difícil en muchos aspectos el sostenimiento de una prole numerosa como era tradicional en todas estas tierras.
Sin embargo, en las pirámides de población se observa cómo la estructura del municipio de San Justo de la Vega presenta un porcentaje de jóvenes muy superior al que en el mismo año tenía el de Luyego. Evidentemente, la proximidad del primero a la ciudad de Astorga y su fértil vega son los factores que están reteniendo a los jóvenes que, dada la actual situación laboral del país, comienzan a no desechar la posibilidad de quedarse en sus respectivos pueblos y a revitalizar las explotaciones agropecuarias de sus padres. Estos factores no se manifiestan en los municipios serranos lo que motiva una desarticulación mayor en las estructuras demográficas.
Asimismo, de 53 habitantes por Km2 en el municipio de San Justo se pasa a 26 en el de Villaobispo, 16 en el de Villamejil y 7 en el de Villagatón, es decir, cuanto más nos alejamos de Astorga y de la Vega del Tuerto la densidad poblacional desciende y el envejecimiento se muestra más elevado. Por lo tanto, Astorga es en parte el punto de referencia que rige la distribución demográfica de toda el área.
2.2.- Una gran diversidad de asentamientos que se ajustan a los hechos históricos y a los condicionantes del medio
Existe una serie de factores que conjugados entre sí de forma diversa han propiciado una gran diversidad de asentamientos. Desde el emplazamiento más antiguo que es el castro prerromano de Pedredo hasta el más reciente, el Barrio de La Estación en Brañuelas, el poblamiento se caracteriza por ser concentrado.
Generalmente el emplazamiento de los pueblos serranos se localiza a media ladera y a la solana, y no en el fondo de valle, mientras que los núcleos de vega suelen ocupar los escalones de las terrazas intermedias de los ríos.
La explicación del primer caso cuyos ejemplos más representativos son Piedras Albas, Busnadiego, Lucillo, Villalibre, La Maluenga, Rabanal Viejo y Rabanal del Camino, se puede encontrar en las limitaciones que impone el medio para su mejor aprovechamiento: como ya se dijo anteriormente los valles son estrechos y de fondo plano lo que justifica que se reserven para unos pocos prados de siega y, antiguamente, para linares; por otra parte, las vertientes van perdiendo inclinación conforme se asciende lo cual facilita el asentamiento de todo el caserío y el terrazgo de secano.
Los pueblos de vega desde Sueros hasta Barrientos pasando por Villamejil, San Román, San Justo y Nistal como más significativos, al emplazarse en las terrazas de la margen izquierda del Río Tuerto evitaban el riesgo de inundación que existía antes de la construcción del Pantano de Villameca (1947) y, por otro lado, ocupaban una situación equidistante entre el regadío de la vega y el secano de “los chanos”.
Al margen de estos dos tipos generales de asentamientos, hay ejemplos de otros muchos como son los pueblos barrio de Maragatería (Santiagomillas con sus dos barrios; Tejados y Tejadinos; el Val de San Román con su Barrio de Quintana; Requejo y Corús; Curillas con Monfortino y Penilla), el típico pueblo de valle encajado cuyas calles van siguiendo las curvas de nivel (La Silva y Labor del Rey, ya deshabitado este último), el pueblo polinuclear (Los Barrios de Nistoso con Tabladas, Villar y Nistoso), etc.
Si a todos estos tipos de asentamientos se les contempla a través del tamiz de la historia, comienzan a perfilarse las formas concretas que actualmente presentan los núcleos.
El Camino de Santiago, también llamado Camino Francés, es el que determina el plano de pueblo-calle que tienen Murias de Rechivaldo, Castrillo de los Polvazares, Santa Catalina, El Ganso, Rabanal del Camino, Foncebadón y Manjarín, forma que posteriormente ha sido alterada en algunos casos por la construcción de la carretera (Santa Catalina y Rabanal). La Calle Real, eje natural de Rabanal del Camino, dejó de ser funcional cuando la carretera desvió la travesía al sur del pueblo.
Del mismo modo, la diferencia de caserío tanto en construcción como en infraestructura varía si en el pueblo había o no muchos vecinos dedicados a la arriería. Es sabido que una casa de arriero, además de estar mejor edificada y poseer más comodidades, tiene como elementos imprescindibles el “corralón” central donde se enjalmaban y cargaban las recuas de mulas, y las habitaciones correspondientes para los criados y los almacenes.
La típica casa de labranza, de apariencia más humilde, premiaba el espacio dedicado a las cuadras para el ganado de labor y doméstico, y el pajar. Los rebaños de ovejas y cabras se recogían en las casas de cuelmo que aún existen en las afueras de los pueblos (Lucillo, Brazuelo, etc.).
Todas las características propias de cada núcleo se resumen en los materiales empleados en las construcciones tradicionales. El paso del adobe y la teja a la mezcla de tapial y adobe y, finalmente, a la casa con muro de piedra y techo de paja o pizarra, se reconoce todavía en La Cepeda adentrándonos por la carretera a Pandorado, coincidiendo fundamentalmente con los distintos sustratos litológicos.
En este siglo se produjeron dos acontecimientos que han influido en la estructura de algunos núcleos: el ferrocarril a La Coruña y la carretera N-VI. Porqueros, Vega de Magaz y, principalmente, Brañuelas con su cargadero de carbón extraído en la cuenca del Río Tremor, han crecido hacia sus respectivas estaciones. Hoy en día el Barrio de La Estación de Brañuelas regenta la centralidad del pueblo pues allí se localizan el Ayuntamiento, el consultorio médico, el cuartelillo de la Guardia Civil, etc. Por otra parte, los pueblos de Pradorrey, Combarros, Rodrigatos de la Obispalía y Manzanal del Puerto que durante décadas obtuvieron las ventajas de ser atravesados por la carretera Madrid-La Coruña (N-VI), desde que el nuevo trazado los evitó a finales e los 60 y principios de los 70, se encuentran marginados de toda actividad generada por el tráfico de la misma: los pequeños pero, al fin y al cabo, rentables servicios (bares, gasolineras, etc.) que ofrecían estos núcleos desaparecieron o se instalaron a la vera de la nueva carretera. Lógicamente, se trata de una concesión más en favor del progreso y las comunicaciones.
3.- De una economía de autosubsistencia a la actual sostenida por jubilaciones y ayudas de la Administración
3.1.- Decadencia de la tradicional economía agropecuaria y su repercusión en el paisaje
Si exceptuamos los espacios renovados de los regadíos del Tuerto y la explotación forestal de Tabuyo del Monte, el territorio restante se nos muestra en una profunda decadencia económica donde los efectos de la escasez de posibilidades y la emigración no facilitaron una modernización de las estructuras agrarias. En muchos lugares se ha pasado del arado romano al tractor mientras que en los municipios serranos de Maragatería y Cepeda esa emigración forzosa determinó que del arado tirado por la yunta se pasase al abandono.
Lo que en Geografía se denomina técnicamente como “abandono de las tierras” y al sentir ecologista se puede aparecer como una oportunidad de recuperación del estado clímax de la Naturaleza, para el viejo cepedano o maragato sólo provoca una rotunda exclamación: “¡Bah, todo el campo está perdido!”.
Este abandono generalizado que anteriormente vimos cómo repercutió también en los montes con la desaparición del carboneo, se reconoce de igual manera en estos tres aspectos: a) la disminución del cultivo de centeno, b) el desuso de las normativas comunales y c) la reducción de la cabaña ganadera y la supresión de ferias y mercados.
El centeno, eje indiscutible de la economía tradicional, ocupaba las parcelas de secano donde el barbecho era imprescindible y de ahí que éstas, las de menor producción, hayan sido las primeras en abandonarse con lo que la superficie dedicada a este cereal descendió más de la mitad. Por otra parte, los diversos usos para los que se utilizaba este cereal han quedado reducidos a dos: corte en verde para el ganado (“ferraina”) y molido para pienso.
Las actividades comunales dirigidas por el concejo, órgano de Gobierno que para convocar a los vecinos compartía con la Iglesia el uso del campanario por medio de la escalera exterior al mismo, han desaparecido casi en su totalidad. La vecera, por ejemplo, antiguamente reservada para los ganados de trabajo, aún persiste en algunos pueblos como Villar de Golfer para el ovino. Se puede decir que la práctica del colectivismo agropecuario reglamentada en las ordenanzas concejiles abarcaba todas las facetas de la vida tradicional: Desde lo relativo a los espacios comunales como las “bouzas” o “rozas”, las “dehesas concejiles” o los “montes cotos” con sus respectivos aprovechamientos, hasta lo que se refiere a las tareas de conservación y limpieza contempladas en las «facenderas».
Y, por último, la ganadería que siempre fue un pilar fundamental de la economía maragato-cepedana, no se libró del retroceso generalizado promovido por la emigración y por las consecuencias de los cambios estructurales experimentados por el sector primario durante la década de los 60 en todo el país.
Las ferias de Lucillo y Santa Colomba que se celebraban todos los lunes, alternándose de la siguiente manera: el primer y tercer lunes de cada mes en Lucillo y el segundo y cuarto en Santa Colomba, han desaparecido y lo mismo le ocurrió a la de Sueros (segundo lunes de cada mes), dedicada básicamente a bovino. El mercado comarcal celebrado los martes en Astorga que también era feria de ganado, se ha reducido a un mercado local de hortalizas y vendedores ambulantes. Asimismo, las ferias comarcales que se realizaban el segundo lunes de enero y el tercero de septiembre en Astorga, se han perdido a favor de las de León; la labor del tratante-intermediario con un medio de transporte moderno como el camión, contribuyó a ello.
En el aspecto estadístico, es revelador también el cambio y la reducción experimentados en el subsector ganadero. De los 2.788 bueyes que había en toda la comarca incluida Astorga en 1950, apenas quedará muestra en la actualidad y, de las casi 70.000 cabezas de ovino que se computaron en ese año descendió el número total a 40.780 en el censo de 1982, es decir, entre esas dos fechas el ganado lanar ha experimentado una reducción del 40%. El reestructurar y relanzar la vocación ganadera, sobre todo de ovino y caprino, de estas comarcas es una tarea que ahora se está emprendiendo con ayudas de las administraciones públicas y que se presenta prometedora.
3.2.- Los rasgos diferenciadores del valle y vega del Río Tuerto
A raíz de los regadíos creados con el embalse de Villameca, la Cepeda Baja y la Vega del Tuerto experimentaron idéntica transformación que todo el conjunto de los Regadíos del Órbigo y Páramo Leonés en el que se integran. No obstante existen varios pueblos como Sueros y Villamejil en los que la exigencia de la concentración parcelaria no se ha producido y el minifundio dificulta el pleno desarrollo de un regadío moderno.
La remolacha azucarera, introducida en las vegas de los cursos medios de los ríos leoneses a comienzos de siglo, era junto a la patata el principal cultivo de los regadíos. En 1985 existían 581 hectáreas dedicadas a la remolacha, siendo los municipios de Valderrey y S. Justo los más productivos.
Pero a partir de los años 50 fue cuando un nuevo cultivo industrial, el lúpulo, se incorporó a los regadíos leoneses y, concretamente, en la parte de Vega del Tuerto que se estudia en este fascículo, comienza a extenderse en 1955, teniendo su mayor auge en los últimos años de la década de los 70 cuando el consumo de cerveza se eleva. En 1985 la superficie ocupada por este cultivo era de 126 Has., destacando los municipios de S. Justo con 95 Has. y el de Villaobispo con 18 Has., incluyéndose toda la producción del área en la región lupulera del Órbigo.
Hay que tener presente que el monopolio de este cultivo lo ostenta la Sociedad de Fomento de Lúpulo con sede en Madrid, la cual mediante contratos regula la producción según la demanda interior del sector cervecero que es su único consumidor. Las expectativas de futuro del lúpulo dependen de la plena integración de España en la CEE donde su precio es sensiblemente menor. La búsqueda de un cultivo alternativo ya comienza a preocupar a los agricultores de toda la región.
3.3.- Entre el desencanto y el proteccionismo estatal
Como reflexión final y al margen de la potencialidad agrícola de la Vega del Tuerto y de la atracción comercial de Astorga como centro de servicios, podemos preguntarnos lo siguiente: ¿De qué viven los maragatos y cepedanos y por dónde se encamina el futuro de estas comarcas?
Dada la elevada edad media de la población, las pensiones por jubilación adquieren cada vez mayor peso específico como base de la economía rural. Aunque las posibilidades del medio favorecen el desarrollo forestal y ganadero la realidad es qué apenas rigen la economía de la zona aunque sí la enmascaran.
Asimismo hay que pensar que las ideas, reiterativas por cierto, sobre la recuperación económica y el final de la situación de marginación, basadas en ese desarrollo silvopastoril, en la divulgación de las características culturales, históricas y de paisaje para atraer turismo, o en el simple hecho de buscar un uso a este espacio, no nacen en su mayoría de la inquietud de los propios maragatos y cepedanos sino que son promovidas por las Administraciones del Estado y, como suele ocurrir con frecuencia, al transformarse en actuaciones se contradicen entre sí, por lo menos desde el punto de vista de la Geografía: el Campo de Tiro del Teleno y la Comarca de Acción Especial.
Dejaremos a un lado la polémica, bastante activa a principios de esta década, sobre la creación y ampliación del Campo de Tiro ya que no entra en el esquema conductor de este trabajo de investigación desarrollar cuestiones de Geopolítica, pero, considerando, hoy por hoy, al Campo de Tiro como un hecho casi irreversible y que el área calificada como de “alta peligrosidad” ocupa más de 200 Kms2 en la Maragatería, podemos esbozar brevemente las consecuencias que de él se derivan:
—En primer lugar, la estructura de la propiedad de la tierra ha sido modificada radicalmente con las expropiaciones del Ministerio de Defensa llevadas a cabo a partir de febrero de 1981; aunque sólo el 2% de los 61 Kms2 expropiados eran de propiedad particular, el resto no son exclusivamente montes de Utilidad Pública sino que incluye todo el terrazgo comunal dedicado a cereal y pastos; no obstante, los vecinos pueden seguir utilizando estas tierras para pastos y caza cuando no se realicen maniobras pero en ningún caso podrán labrarlas. Al margen de que haya o no vecinos que quieran aprovechar esos terrenos, su utilización depende, evidentemente, de la frecuencia con que se realicen las maniobras.
—De todo esto se desprende, en segundo lugar, que con la ubicación del Campo existe una incompatibilidad de usos pues es obvio que las dificultades se acrecientan para que la caza se reproduzca de forma natural, se críen rebaños extensivos en buenas condiciones o crezcan manchas de bosque en equilibrio.
—Y, en tercer lugar, no se puede pasar por alto el deterioro del medio que conlleva la realización de “ejercicios tácticos”, tanto de tiro como de movimientos de tropas, sobre todo motorizadas: La vegetación, los ejemplos geomorfológicos (formas glaciares, pedreras...), la fauna terrestre y piscícola, y los restos de la minería aurífera de los romanos son los elementos más afectados por el uso militar de este espacio.
El valor intrínseco de toda el área del Campo de Tiro, desde el punto de vista de la Geografía como un saber científico y cultural, es incuestionable. Que unos lo tengan en cuenta y otros lo menosprecien es una cuestión que se sale del propio ámbito del quehacer geográfico y se debate en la misma concepción que el hombre tiene del mundo actual.
Para terminar debemos congratularnos y reconocer desde aquí la labor realizada a través de tres importantes proyectos:
El Plan de Comarca de Acción Especial, las ayudas que se tramitan a partir de la Ley de Agricultura de Montaña y la reciente y fructífera experiencia de la Oficina de Promoción Comarcal de Maragatería.
El primero de ellos ha hecho posible una mejora importante de las infraestructuras y los servicios tratando de solventar las deficiencias en vías de comunicación, abastecimiento de aguas y alcantarillado, alumbrado público, etcétera. Hay que elogiar igualmente la creación de la Mancomunidad de La Cepeda Alta formada por los municipios de Quintana del Castillo y Villagatón; la unión mancomunada de ayuntamientos con poca población y mucha extensión facilita la implantación de unos servicios a los que individualmente sería difícil acceder. Por otra parte, la Ley de Agricultura de Montaña protege el medio y ampara las iniciativas particulares que, por las especiales condiciones del mismo, no pueden generarse sin un impulso fuerte del exterior.
El logro más importante conseguido por la Oficina de Promoción Comarcal de Maragatería para los pueblos de Luyego, Boisán, Priaranza y Quintanilla de Somoza, ha sido la puesta en funcionamiento, en el pasado mes de enero, de la Sociedad Cooperativa Agropecuaria de Maragatería; el número de ganaderos que se integra en la misma para acogerse a las ventajas de comercialización de ovino que ésta les ofrece, aumenta día a día.
La renovación del Plan de Comarca de Acción Especial, la creación de otras oficinas de promoción comarcal, la construcción de los pequeños embalses de Escuredo y Villagatón, la agilización de las concentraciones parcelarias y la apertura de la carretera de Pandorado entre La Utrera y Escuredo son los principales proyectos sobre los que actualmente gira el desarrollo de Maragatería y Cepeda. Si se desaprovechan estas condiciones que ahora están surgiendo, se perderían tal vez las últimas oportunidades para una recuperación demográfica y económica a todas luces necesarias.
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